Se acerca Diciembre, las hojas de algunos árboles han empezado a caer. Estoy en casa de mis padres. Hace más frío del que hubiera esperado, incluso hace dos días el cielo estuvo cerrado, cosa casi inaudita aquí que hace sol a diario.
El camino fue largo, más de la mitad lo recorrí en completa oscuridad, en medio de la nada yo sólo podía mirar el camino que se abría delante de mi y las preciosas estrellas que se alzaban sobre el horizonte. Escuchaba el viento, de vez en cuando un gimoteo de mi perra Lucky pero sobretodo los rezos de mi madre para que llegáramos con bien.
No hace falta decir que llegué agotada, los ojos me ardían y tenía entumidas las piernas. Pero mi fatiga no era nada comparada con la alegría de estar en casa, de poder abrazar a mi gatito, a Mosel y a mi querido Yukon pero sobre todo a mi padre quien me recibió con afecto.
Al entrar a mi casa, por primera vez me sentí extraña, realmente no sabría describirlo, yo en otras ocasiones había pasado muchos más meses sin visitar a mis padres pero nunca me había sentido así. Lo que puedo decir es que aquel lugar que generalmente me parecía tan frió y deprimente, ahora me resultaba agradable, por primera vez en muchos años preste atención a los cuadros de las paredes, a los muebles y a las decoraciones y, aunque seguían siendo evidentes las paredes cuarteadas, la pintura caída y los mosaicos faltantes, a mis ojos por un instante me pareció que aquello era un castillo.
Esa noche hubo tregua con los demonios que me habían atormentado, dormí profundamente, rodeada por mis totems, aun si se hubiera desatado una tormenta o hubiera habido un tiroteo, nada me hubiera perturbado. El resto del fin de semana largo me la pase increíblemente ocupada.
La última noche escribía en mi blog cuando sonó el teléfono. No contesté pues no reconocí el número pero un minuto después volvió a sonar. Temiendo que se tratase de algún amigo en apuros, acepté la llamada. Una voz familiar se escuchó del otro lado. Era mi primer amor.
Estaba desconcertada pues hacía más de diez años que había terminado nuestra relación y lo último que había sabido de él era que se había casado y se había ido a vivir a otro país. Los demonios volvieron, podía sentirlos uno tras otro poseyéndome de nuevo, el temor, el desconsiento, la soledad, entre otros y luego por si fuera poco un recuerdo tras otro se empezaron a agolpar en mi mente, algunos felices otros amargos pero a mi me daba igual porque para mi todos eran como fantasmas que se habían alzado para arrebatarme la paz.
A pesar de todo lo que sentía, hice acopio de toda la serenidad que me restaba y guarde silencio mientras el que alguna vez fue mi amado, me relataba sus penas, después de escucharlo naturalmente intente consolarlo y él a su vez me dijo que no me había olivado, yo tampoco, es claro que habían pasado muchos años pero ¿Cómo se olvida al primer amor? Él iba a ocupar ese peldaño siempre y eso siempre lo convertiría en alguien importante para mi pero habían pasado más de diez años y yo ya no era la misma ni podía sentir lo mismo que sentía por él.
Hablamos de más cosas y casi al final me pidió que le prometiera que iría a verlo pero yo con sutileza desvié la conversación pues no me gusta prometer cosas que quizás no cumpla y, al final, sólo quedamos en seguir en contacto, luego colgamos.
Después de eso me quede tirada en mi cama por un largo rato, aturdida por los fantasmas y demonios que aun revoloteaban a mi alrededor pero sólo una pregunta se repetía una y otra vez ¿Cómo le digo?....
No hay comentarios:
Publicar un comentario